lunes, 13 de septiembre de 2010

Reflexiones de la Guerra de los mil dias

¿Fue una Guerra Necesaria?


Claro, ocurrió, y así sencillamente fue inevitable en el simple sentido de que no se evitó, y se peleó en seguida entre "hombres miopes para el bien y para el mal" --la frase de Joseph Conrad en su novela “Nostromo”, que en parte deriva de la guerra--. Pero la mayoría de los líderes del partido liberal y los más lúcidos --Santiago Pérez, Aquileo Parra-- estaban en contra de un levantamiento armado. No se puede tildar a los opositores de cobardes, ni de "oligarcas", y tampoco es que fueran todos civiles. Su lectura de la situación fue que el régimen de la Regeneración, como lo practicaba el gobierno saliente de Miguel Antonio Caro, dogmático, autoritario y "excluyente", iba cayendo por sus propios vicios y debilidades. Aunque la impaciencia de los belicistas nunca permitió poner esta tesis a prueba, se sospecha que sus defensores tuvieron la razón. Mirando a esa guerra de hace cien años en medio de los conflictos de hoy, cualquiera tiene que preguntarse ya si fue una guerra justa o no, si sus medios y sus sufrimientos fueron proporcionales a sus fines. Puede ser que esa pregunta no haya sido formulada con suficiente insistencia.

Como fue común en tales conflictos, los protagonistas tuvieron varios enemigos, y algunos fueron los rivales en su propio partido. Los belicistas quisieron tumbar no sólo a los enemigos declarados, sino también al viejo liderazgo de su propio partido, los sobrevivientes del Olimpo Radical. Es su desbordada ambición lo que da a Uribe Uribe su decidido gusto por la guerra, y que resta mucho a lo atractivo de su figura. Como siempre, los violentos fueron una minoría.



¿Fue una Guerra Popular? ¿Cómo fue, en esta lucha, lo que algunos de los Manuales del Siglo Pasado llamaron "El Arte de Entusiasmar a la Tropa", y Hasta dónde se Entusiasmó?

Un trabajo paciente puede reunir, pedacito por pedacito, la evidencia necesaria para responder a esa pregunta, como el trabajo de Carlos Eduardo Jaramillo ha reunido los rasgos de las guerrillas en su libro Los guerrilleros del novecientos. La evidencia no es masiva; impresiona en lo material lo poco que queda de la guerra de los soldados. De los jefes, hay uno que otro uniforme, aunque ellos también andaban poco uniformados, con su modesto dril y su machete. De los soldados rasos, aún más escuetamente uniformados, casi no ha sobrevivido una sola prenda. En gran contraste con la Revolución Mexicana, que empezó una década después y dejó un archivo fotográfico muy extenso, nuestra guerra fue poco fotografiada. Hay muchos retratos de los jefes, mayores y menores, pero pocas representaciones de las filas. Uno interroga intensamente las que han sido reunidas en la exposición del Museo Nacional Colombiano --muchas de ellas frescas, porque son desconocidas--, los emblemas y las reliquias, buscando en el porte, en el aire de su gente, en la contemplación de su indumentaria, cualquier indicación de cómo pensaron y cómo sintieron. Y hay que releer todas las memorias, y leer los nuevos fondos que recientemente han sido donados al Archivo General de la Nación, como las treinta mil hojas de vida con las que los veteranos de la guerra, liberales y conservadores, apoyaban sus solicitudes de pensión treinta años después.

La guerra sí produjo reputaciones perdurables, héroes y villanos, y muchas cuando uno recuerda, además de las figuras nacionales, la legión de figuras de reputación regional y local: irían a formar en primera línea la "clase política" durante más de tres décadas, como se ve en cualquier listado de gobernadores y ministros. Hubo para los gustos más variados, desde la severidad fanática pero desinteresada del general conservador Agustín Fernández, mandamás de Bogotá y ministro de Guerra --hombre de extracción relativamente humilde -- hasta la noble figura del general Ramón Marín, el Negro, principal guerrillero liberal del Tolima. Todavía, conmueve la respuesta de Marín a alguien que le preguntó por qué él no fusilaba a sus presos como los estaban fusilando los conservadores: "No lo haré, porque entonces, ¿en qué está la diferencia?"

Cada rincón del país mandó sus contingentes; aunque su intensidad no fue la misma en todas partes, pocos lugares escaparon al reclutamiento, y fue universal el palpable impacto de la guerra de uno y otro modo. El curso del conflicto calentó los ánimos, y muchos de quienes al principio fueron escépticos terminaron comprometidos. Se tejió, lugar por lugar y familia por familia, una red de miedos, de odios o de vendetas que envolvió a todo el mundo

Miguel Antonio Caro tiene que compartir parte de la responsabilidad por la guerra, por su gobierno exclusivista, su estilo poco conciliatorio. Fuera del poder, su actitud cambió, y sus escritos posteriores muestran mucha desilusión y aun algunas notas de arrepentimiento. Entre ellas se halla una especulación sobre el legado ambiguo de la guerra, palabras que quienes visitan la exposición en el Museo Nacional de Colombia pueden leer a la salida. Por su profundidad merecen sobremanera ser divulgadas de nuevo:

"No sabemos si la militarización del país donde cada uno de esos bandos cuenta por miles sus generales; si los hábitos contraidos de depredación, de persecución, de especulaciones aleatorias; si el desprecio de las leyes morales, mucho más grave y alarmante que las leyes positivas, si todo ese cúmulo de males haya de retardar todavía por largo tiempo la marcha regular de la república. No sabemos si, por el contrario, la desgracia haya de ser purificadora para todos, para todos provechoso el escarmiento; si el exceso del mal haya de despertar vigoroso el instinto de conservación y determinar un movimiento político uniforme salvador. No sabemos hasta qué grado la generación nueva viene ya pervertida por los malos ejemplos y envenenada por el fanatismo sectario, en mala hora erigido en doctrina; o si en su mayor parte, atenta a la enseñanza de los hechos, habrá de ser más sabia, más cristiana, y por lo mismo más dichosa que sus padres".

Cuando se mira el curso del siglo que siguió, uno concluye de manera tentativa que pasaron ambas cosas: hubo escarmiento, una reacción saludable, una resolución en muchas mentes de nunca más recurrir a la guerra. Pero, como dijo el general Santander al filósofo Schopenhauer: "Nadie se escarmienta en cuerpo ajeno". Con el tiempo, la lección se olvidó, y prevaleció el veneno. (Malcolm Deas; Revista Credencial Historia; Bogotá Colombia).

Consecuencias de la Guerra

  • Consecuencias económica

Durante la guerra, el gobierno conservador, optó por la fabricación de grandes cantidades de papel moneda para cubrir los gastos militares. Esta estrategia originó una progresiva devaluación y un aumento del circulante monetario, lo que ocasionó una elevada inflación con el aumento en los precios de los productos de consumo de la población. A su vez, las transacciones de importación y exportación se realizaban, obligadas por el Estado, con papel moneda lo que dificultó, con la inflación y la devaluación fluctuante, los negocios entre comerciantes.

  • Consecuencias sociales
La guerra contribuyó, de manera notable, a exacerbar los odios partidistas a nivel local y regional. Si bien entre las élites de los partidos se produjo un mayor acercamiento, en la repartición burocrática del gobierno y en las decisiones políticas, a nivel de las bases de los partidos aumentó la identificación partidista y el rencor al partido contrario. La guerra de los Mil Días sembró odios en la población, principalmente rural, que luego se expresarían, con igual o mayor intensidad, en años posteriores y en el marco de la denominada Violencia.

  • Consecuencias políticas
La Guerra de los Mil Días movilizó a amplios sectores del partido conservador, a buscar un punto de equilibrio que tuviera en cuenta al partido liberal en la administración del Estado y en la política. Desde 1903 se luchó, en el Congreso, por la aprobación de una ley que permitiera la participación liberal en todos los entes representativos del gobierno. Sin embargo, la resistencia de un buen sector de los conservadores nacionalistas, frustró los primeros intentos por organizar un gobierno bipartidista.

Desarrollo de la Guerra de los 1000 dias

Debido a las propensas situaciones que sufrió Colombia a lo largo del siglo XIX, la inestabilidad política fue el factor que más se desempeño en la causa principal de la guerra desde 1886, año en la cual se suprimió la constitución de 1863, dado a que revelaba los excesos del federalismo durante el periodo de los radicales.

Con la época de la Regeneración y la aplicación de la constitución de 1886, el régimen centralista no hizo sino agravar los problemas políticos de los cuales algunos departamentos no tardaron en sentir su malestar frente al gobierno central. En el campo económico, las decisiones políticas también provocaron su inestabilidad.
El factor detonante de la guerra, fue el enfrentamiento bipartidista de liberales y conservadores, tanto entre ellos como dentro de sus respectivos partidos, que buscaba detentar el poder del país, además, los constantes revueltas en contra del entonces gobernante Sanclemente y el déficit económico ahondaron aun mas en los ánimos de los gestores de los dos partidos.

El inicio de la guerra civil comenzó con un intento el 20 de octubre de 1899 o mediados de 1900, pero se adelantó por imprudencia de algunos generales del partido liberal, quienes prefirieron hacerlo el 17 de octubre. La reacción de ese movimiento no se hizo esperar, ya que algunos miembros consideraron que no estaban organizados para iniciar la guerra. La rebelión comenzó en la población de Socorro y se espero la llegada de refuerzos militares desde Venezuela.

Las primeras derrotas militares para el bando Liberal comenzaron días más tarde de haber iniciado la guerra en la batalla del Río Magdalena el 24 de octubre de 1899. En la búsqueda de poner orden al país el sector conservador se dividió en históricos y nacionales poniéndolos en desventaja frente al partido liberal. Sin embargo los abanderados históricos lograron derrocar al presidente Sanclemente que fue reemplazado por José Manuel Marroquín. Por su parte los liberales nombraron presidente del país a Gabriel Vargas Santos para que opacara a los mandatarios constitucionales del sector conservador. Poco a poco la guerra tomo un camino mas represivo y cruel, incluso la población se dividió para tomar parte en cada bando de un modo mas fanático, pese a los esfuerzos de cada partido por obtener victorias.

Sin duda, las batallas de Peralonso y de Palonegro (Santander) mostraron con claridad los perjuicios que había causado la guerra. En la primera los liberales obtendrían su última victoria para el Partido Liberal, de manos de Rafael Uribe Uribe. En Palonegro (25 de mayo de 1900)los conservadores detuvieron a sus enemigos forzándolos a un combate sin sentido y carente de significado para los partidos. Los liberales querían lograr a toda costa la victoria pero ante la violencia, este partido también se divide en pacifistas y belicistas. Los conservadores nacionales pronto comprendieron que lo mejor era detener la guerra, que ya comenzaba a extenderse a Panamá y el Mar Caribe..

Con esa decisión, se evitó internacionalizar la guerra, de la cual en Venezuela se trataba de provocar un conflicto abierto a través de su presidente Cipriano Castro (quién apoyaba a Uribe Uribe para colocarlo en el poder). Las tropas de Marroquín lograron cortar la ayuda venezolana a los liberales (29 de julio de 1901), quienes no dudaron en ser derrotados por el general conservador Juan B. Tovar. El general Uribe Uribe se vio entonces obligado a rendirse de manera gallarda pero con algunas condiciones.

El 24 de octubre de 1902, se firma el Tratado de Paz de Neerlandia, en la hacienda del mismo nombre. Aun así los combates solo se terminan en noviembre de ese año en Panamá, donde combatían los navíos Almirante Padilla (liberales) y el Lautaro (de propiedad chilena, expropiado por los conservadores), donde fueron derrotados los conservadores. Con la muerte del General Carlos Alban, que viajaba en el Lautaro el istmo de Panamá queda sin representante y es nombrado Don Aristides Arjona.

Mas tarde vino la constante amenaza de la marina estadounidense enviado por el gobierno de Theodore Roosevelt para proteger los futuros intereses en la construcción del Canal de Panamá. Los liberales del general Benjamín Herrera, se vieron entonces obligados a deponer las armas.

El tratado de paz definitivo se dio lugar en el acorazado estadounidense Winsconsin el 21 de noviembre de 1902, en donde el general Lucas Caballero Barrera en calidad de jefe de Estado Mayor del ejército unido del Cauca y Panamá, junto con el coronel Eusebio A. Morales, secretario de Hacienda de la dirección de guerra del Cauca y Panamá, en representación del general Benjamín Herrera y del partido liberal, se reunieron con el general Víctor M. Salazar gobernador del departamento de Panamá, y el general Alfredo Vázquez Cobo, jefe de Estado Mayor del ejército conservador en la Costa Atlántica, el Pacífico y Panamá, firmaron en representación del gobierno, el fin de la guerra.